viernes, 12 de septiembre de 2014

El Señor Presidente - Miguel Ángel Asturias

o

Era bello y malo como Satán


La novela muestra los niveles de corrupción e injusticia que alcanza una sociedad sometida al poder dictatorial de un hombre frío y calculador, el Señor Presidente, que sin embargo gusta de estar bañado de una aureola de apoyo popular.


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La novela dibuja una sociedad en varios de sus estratos sociales, muestra tanto a pobres como a ricos, gente decente y criminales, delincuentes comunes y de guante blanco, enemigos y esbirros del régimen, todos sometidos a la secreta voluntad del señor Presidente, un ser que casi desde las sombras hace y deshace a su antojo. Un maestro de la manipulación encubierta, de tender trampas, y siempre bajo una mano de hierro en la privacidad, pero con una amplia sonrisa para el público.
Apenas aparece a ratos en la novela, pero su peso se hace sentir en cada acción, en cada pensamiento de todos los personajes que muestra la novela.

El libro comienza con el asesinato de un coronel, partidario del régimen. Lo que dará pie a ser pretexto de un plan para inculpar y asesinar a un general opositor. Plan que no saldrá como se planeó, y que acarreará sin embargo más muertes e injusticias de las que se podría sospechar.

Buena parte de la novela la veremos a través de Miguel cara de ángel, el favorito del señor Presidente, tanto haciendo la voluntad del Presidente como en su vida privada, Miguel cara de ángel, bello y malo como Satán. Miguel cara de ángel, cuya vida dará un giro de 180º cuando menos se lo espere. Él podría ser el segundo protagonista de la novela.

Hay escenas humillantes y fuertes, donde no solo se humilla al médico valiente que quiere salvar vidas, sino a los cercanos colaboradores del régimen como en la siguiente escena:

El Presidente de la República le recibió en pie, la cabeza levantada, un brazo suelto naturalmente y el otro a la espalda, y, sin darle tiempo a que lo saludara, le cantó:
Presidente: —Yo le diré, don Luis, ¡y eso sí!, que no estoy dispuesto a que por chismes de mediquetes se menoscabe el crédito de mi gobierno en lo más mínimo. ¡Deberían saberlo mis enemigos para no descuidarse, porque a la primera, les boto la cabeza! ¡Retírese! ¡Salga!..., y ¡llame a ese animal!
De espaldas a la puerta, el sombrero en la mano y una arruga trágica en la frente, pálido como el día en que lo han de enterrar, salió el doctor Barreño.
Doctor: —¡Perdido, señor secretario, estoy perdido!... Todo lo que oí fue: «¡Retírese, salga, llame a ese animal!...»
Secretario del presidente: —¡Yo soy ese animal!


O en el interrogatorio que hace el Auditor a una mujer pobre que estuvo en el lugar equivocado en el momento equivocado:

Una puerta se abrió a lo lejos para dar paso al llanto de un niño. Un llanto caliente, acongojado...
—¡Hágalo por su hijo!
Ni bien el auditor había dicho así y la Niña Fedina, erguida la cabeza, buscaba por todos lados a ver de dónde venía el llanto.
—Desde hace dos horas está llorando, y es en balde que busque dónde está... ¡Llora de hambre y se morirá de hambre si usted no me dice el paradero del general!
Ella se lanzó por una puerta, pero le salieron al paso tres hombres, tres bestias negras que sin gran trabajo quebraron sus pobres fuerzas de mujer. En aquel forcejeo inútil se le soltó el cabello, se le salió la blusa de la faja y se le desprendieron las enaguas. Pero qué le importaba que los trapos se le cayeran. Casi desnuda volvió arrastrándose de rodillas a implorar del Auditor que le dejara dar el pecho a su mamoncito.
—¡Por la Virgen del Carmen, señor —suplicó abrazándose al zapato del licenciado—; sí, por la Virgen del Carmen, déjeme darle de mamar a mi muchachito; vea que está que ya no tiene fuerzas para llorar, vea que se me muere; aunque después me mate a mí!
—¡Aquí no hay Vírgenes del Carmen que valgan! ¡Si usted no me dice dónde está oculto el general, aquí nos estamos, y su hijo hasta que reviente de llorar!


El General Canales cuando esta huyendo al exilio y se da cuenta de cuantas injusticias sufre el pueblo:

Y volvió el puño —platos, cubiertos y vasos tintineaban—, abriendo y cerrando los dedos como para estrangular no sólo a aquel bandido con título, sino a todo un sistema social que le traía de vergüenza en vergüenza. Por eso —pensaba— se les promete a los humildes el Reino de los Cielos —jesucristerías—, para que aguanten a todos esos pícaros. ¡Pues no! ¡Basta ya de Reino de Camelos! Yo juro hacer la revolución completa, total, de abajo arriba y de arriba abajo; el pueblo debe alzarse contra tanto zángano, vividores con título, haraganes que estarían mejor trabajando la tierra. Todos tienen que demoler algo; demoler, demoler... Que no quede Dios ni títere con cabeza...


El señor Presidente declarando su punto de vista:

Aquí, Miguel, donde yo tengo que hacerlo todo, estar en todo, porque me ha tocado gobernar en un pueblo de gente de voy —dijo al sentarse—, debo echar mano de los amigos para aquellas cosas que no puedo hacer yo mismo. Esto de gente de voy —se dio una pausa—, quiere decir gente que tiene la mejor intención del mundo para hacer y deshacer, pero que por falta de voluntad no hace ni deshace nada, que ni huele ni hiede, como caca de loro. Y es así como entre nosotros el industrial se pasa la vida repite y repite: voy a introducir una fábrica, voy a montar una maquinaria nueva, voy a esto, voy a lo otro, a lo de más allá; el señor agricultor, voy a implantar un cultivo, voy a exportar mis productos; el literato, voy a componer un libro; el profesor, voy a fundar una escuela; el comerciante, voy a intentar tal o cual negocio, y los periodistas —¡esos cerdos que a la manteca llaman alma!—, vamos a mejorar el país; mas, como te decía al principio, nadie hace nada y, naturalmente, soy yo, es el Presidente de la República el que lo tiene que hacer todo, aunque salga como el cohetero. Con decir que si no fuera por mí no existiría la fortuna, ya que hasta de diosa ciega tengo que hacer en la lotería...


Se vislumbran pasajes de realismo mágico como ensoñaciones, tanto de vagabundos dementes como de hombres de ropas caras:

Las aves corrían para que no se parara el reflejo nadador del agua. Aves de huesos más finos que sus plumas. ¡Re-tún-tún! ¡Re-tún-tún!..., retumbó bajo la tierra. Tohil exigía sacrificios humanos. Las tribus trajeron a su presencia lo mejores cazadores, los de la cerbatana erecta, los de las hondas de pita siempre cargadas. «Y estos hombres, ¡qué!; ¿cazarán hombres?», preguntó Tohil. ¡Re-tún-tún! ¡Re-túntún!..., retumbó bajo la tierra. «¡Cómo tú lo pides —respondieron las tribus—, con tal que nos devuelvas el fuego, tú, el Dador de Fuego, y que no se nos enfríe la carne, fritura de nuestros huesos, ni el aire, ni las uñas, ni la lengua, ni el pelo! ¡Con tal que no se nos siga muriendo la vida, aunque nos degollemos todos para que siga viviendo la muerte!» «¡Estoy contento!», dijo Tohil. ¡Re-tún-tún! ¡Retún-tún!, retumbó bajo la tierra. «¡Estoy contento! Sobre hombres cazadores de hombres puedo asentar mi gobierno. No habrá ni verdadera muerte ni verdadera vida. ¡Que se me baile la jícara!»
Y cada cazador-guerrero tomó una jícara, sin despegársela del aliento que le repellaba la cara, al compás del tún, del retumbo y el tún de los tumbos y el tún de las tumbas, que le bailaban los ojos a Tohil.
Cara de Ángel se despidió del Presidente después de aquella visión inexplicable. Al salir, el Ministro de la Guerra le llamó para entregarle un fajo de billetes y su abrigo.


Valga decir que el final es de una maldad abrumadora y cruel, demostrando que el poder y la maldad del señor Presidente no conocen límites para hacer sufrir hasta lo más hondo a cualquiera que sea sospechoso de la mínima rebeldía contra el régimen.

Esta novela muy bien representa la realidad de tantos regímenes autoritarios que han vivido los países de América Latina, el control de los poderes del Estado hasta la prensa sojuzgados a un regimen y el desprecio al débil, las maquinaciones contra los opositores y la corrupción de la sociedad a todos sus niveles.
Tan actual, bella y malvada como hace decadas, una novela para la posteridad que no desfallece, y un merecido premio Nobel para Asturias.

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